jueves, 21 de junio de 2012

ANÉCDOTA

Cierto trabajador de la fábrica textil que había en Santiago cobraba cada sábado su paga, de 80 pesos semanales. Un día le pusieron por equivocación 100 en el sobre. No dijo nada él: Hay que sufrir con cristiana resignación las fallas de nuestro prójimo. Pero llegó el siguiente sábado, y al abrir su sobre se dio cuenta de que contenía nada más 60 pesos. Airado, fue a reclamar a la oficina. El pagador le dijo: “El sábado anterior le pusimos 100, equivocadamente. ¿Por qué esa vez no dijo nada, y ahora sí viene a reclamar?”. Respondió con ofendida dignidad el hombre: “Porque un error se los puedo perdonar, pero dos ya no”.  Escrito por Catón, El Zócalo. 

OPINIÓN: ¿Por qué los fans no deben perdonar al ciclista Lance Armstrong?



Ahora os dejo un texto interesante para analizar del periodista Jeff Pearlman publicado en CNN sobre la importancia de condenar el dopaje.
Es raro, ¿no?, la forma en la que nuestros personajes tramposos y mentirosos más grandes llegan tan lejos en su lucha por ganar y dominar. Aunque pierden de vista que, en el camino, la caída es inevitable.
A principios del 2000, cuando yo escribía sobre beisbol en Sports Illustrated, Barry Bonds trataba a todos: compañeros de equipo, entrenadores, oponentes, fanáticos, escritores, como si fueran mugre bajo sus uñas —habitualmente muy bien cuidadas—. Tenía su propio equipo de camarógrafos, terapeuta físico particular y a sus propios publicistas. Era el jonronero más grande de la historia: tan buen bateador que, tras haber cumplido 30 años, hacía volar la pelota de béisbol hasta la parte más profunda del estadio.
Después llegó el escándalo y su penoso testimonio.
¿Qué fue de Barry Bonds?
Respuesta.
¿A quién le importa? Su página web ya no existe. Se pueden conseguir sus tarjetas, sin problema, a cambio de dos de Kirk McCaskills y una de Sil Campusano. Nunca más será contratado para trabajar en el mundo del deporte, tampoco como locutor o entrenador. Sus registros como deportista, en las mentes de casi todos los fans, no cuentan. Es invisible. Peor que invisible.
Es insignificante.
Su caso nos lleva al de Lance Armstrong. En caso de que no hayas visto las noticias, el miércoles en la mañana, la Agencia Antidopaje de Estados Unidos levantó cargos en contra del siete veces ganador del Tour de Francia, amenazándolo con despojarlo de sus triunfos. De acuerdo con la agencia, las muestras de sangre tomadas a Armstrong en el 2009 y en el 2010 son “totalmente consistentes con manipulación de sangre incluyendo el uso de EPO y/o transfusiones sanguíneas”.
La agencia también lo acusa de usar y promover el uso de EPO (eritropoyetina, un amplificador sanguíneo), transfusiones de sangre, testosterona, HGH y esteroides antiinflamatorios. En una entrevista con el programa 60 minutos del canal estadounidense CBS, Tyler Hamilton, un ex compañero de equipo de Armstrong dijo que él fue testigo de cómo la estrella usó EPO en varias ocasiones.
Por supuesto que Armstrong niega los cargos.
No le creo. Dice que está limpio y es inocente, como Barry Bonds estaba limpio y era inocente, así como Mark McGwireSammy Sosa, Shawne Merriman y Marion Jones. Es una víctima de los medios. Una víctima de los celos. Una víctima de los que lo odian. Una víctima de las inconsistencias del deporte. Porque ha pasado 350 pruebas y aunque el sistema de pruebas es una auténtica broma, bueno, pues pasó.
Ridículo.
Lo que Armstrong supuestamente está haciendo, lo que todos los atletas en su lugar parecen hacer, es mucho más que algo simplemente dañino. Alrededor del mundo, millones de personas creen en la narrativa de Armstrong. Aman sus triunfos, sí, pero lo que los mueve y los inspira es la manera en la que se enfrentó al cáncer y luchó para regresar de una experiencia casi mortal. Le han transmitido su historia a los niños pequeños en cuidados pediátricos, les han dicho que un día, si siguen fuertes y luchan y creen, ellos también podrán ser como Lance Armstrong.
Suspiro.
Seguramente, en algún punto en el camino, Armstrong se convenció a sí mismo de que no había otra manera. Como lo dice el pensamiento atlético común: si todos hacen trampa yo también necesito hacerlo. Esa lógica, ahora omnipresente en todos los niveles de los deportes, ha convertido a nuestros atletas en payasos fraudulentos.
Por cada Bonds, McGwire y Roger Clemens, había beisbolistas limpios a los que robaron su grandeza. Nunca olvidaré una conversación que tuve una vez con Sal Fasano, un beisbolista que pasó su carrera de nueve equipos en 11 años en las Ligas Mayores tratando desesperadamente de quedarse con una oportunidad para jugar.
“Existe la idea de que todo el mundo hace trampa”, dijo Fasano. “Bueno, yo no, y nunca lo he hecho. Para mí, se trata de respetar tu integridad. Eso es lo que cuenta”.
Como Barry Bonds, Lance Armstrong es el último en saber hacia dónde se dirige. Recordaremos su reinado en el ciclismo y sentiremos indiferencia, porque será solo una ilusión, una época repugnante en la que la gente hacía trampa para ganar, para luego vivir en el olvido.
Nos reiremos, luego sentiremos indiferencia. Y después, nada.
Lance Armstrong será invisible.
Como debe ser.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Jeff Pearlman.

martes, 19 de junio de 2012

DESDE LA DISTANCIA


Desde la distancia tengo que decirles que estoy gratamente sorprendido con lo que he encontrado en mi nuevo lugar de residencia. Actualmente en la frontera entre estados unidos y México descubro que el fútbol es pasión. Por ejemplo, viendo la liga mexicana de fútbol uno descubre que da igual si se habla de Cristiano Ronaldo, Messi, Rubén Castro... lo importante no es lo bueno que sea el jugador, sino que defienda los colores de tu equipo.

En México por ejemplo está Oribe Peralta (Santos Laguna) como gran estrella del momento. Un jugador que en Europa y más concretamente en España habría que ponerlo a prueba para ver si realmente tiene las cualidades para estar en la mejor liga del mundo. Yo creo que sí, pero lo importante no es que tenga esas cualidades, sino la pasión con la que se mira desde la grada mexicana a sus futbolistas.

El otro día vi el partido entre la selección de El Salvador vs México. El duelo no pudo ser más malo futbolísticamente... pero ambos países se paralizaron para ver a sus selecciones ganar. Es tanta la rivalidad que parecía un Boca vs River o un Betis vs Sevilla. El ambiente era terrorífico en el discreto estadio salvadoreño.

Digo esto porque al final, da igual que uno vea al equipo de su pueblo jugar, y que en ese equipo no haya grandes estrellas. Si es aficionado a ese equipo, esa persona sentirá exactamente lo mismo que el aficionado del Barcelona siente al ver al todopoderoso equipo catalán.

Porque lo importante no es quién juegue... lo importante es el fútbol y su emoción...